jueves, 18 de julio de 2013

"Wert: fracasará tu reforma" (Antonio Lara Ramos)

EL PAÍS.COM: Wert: fracasará tu reforma


Seis personajes en busca de autor es la obra de Luigi Pirandello en la que un grupo de personajes irrumpen en el ensayo de una pieza teatral buscando un autor que se ocupe de escribir su drama. Los personajes habían quedado desvalidos, huérfanos, desprovistos del marco donde desempeñar sus papeles, fuera de cualquier dimensión espaciotemporal. Ningún autor había escrito el texto que debía conformar el contenido de su historia. Con esta cita me refería en La educación que pudo ser a los problemas que tuvo la LOGSE en su implementación (a pesar del gran consenso que aunó) para encontrar los ‘autores’ (los artífices) que la llevaran a la práctica en las escuelas y en las aulas, ese profesorado que la asumiera como suya, sobre todo en secundaria. No encontró artífices suficientes, y esto se convirtió en uno de los obstáculos para su desarrollo pleno. Aquella ley, en su filosofía, venía a propiciar una nueva orientación de la educación, a adaptarla a las exigencias de la sociedad democrática de la España de entonces, pero las dificultades para hacerse realidad en las aulas menoscabaron el gran corpus de pensamiento que la avalaba. Fueron bastantes sus detractores, hasta que terminó convertida en injustificado sinónimo de fracaso cuando el paradigma de la eficacia y los enfoques empresariales y economicistas se fueron imponiendo en la educación con el inicio del siglo veintiuno.
Ahora se presenta una nueva reforma educativa (otra más) impulsada en esta ocasión por el Partido Popular y, en su nombre, por el ministro José Ignacio Wert. Mucho me temo que estemos frente a una situación semejante a la que suscita el drama de Pirandello. Uno de los grandes errores de quienes han impulsado reformas educativas en España es no haber caído en la cuenta de que los que las harán buenas o malas son los centros educativos y los que trabajan en ellos. Wert se ha empeñado en hacer una reforma contra viento y marea (contra todos), en la que poca gente está implicada, salvo algunos poderes fácticos con intereses a veces poco confesables. Sin embargo, no están implicados los que han de ser los auténticos artífices de la misma: el profesorado, ni tampoco otros apoyos sociales y profesionales que puedan remar a su favor. Wert ha adoptado el papel del fanático McEachern, el personaje creado por William Faulkner en Luz de agosto, empeñado en que su hijo adoptivo Joe Christmas aprendiera el catecismo a latigazos. Parece mentira que nuevamente se caiga en el mismo error que en reformas anteriores. Quizá esto tenga su lógica, aunque no deja de ser una torpeza. La lógica de quienes asumiendo un cargo de responsabilidad creen tener el mundo bajo sus pies y se consideran salvadores del desastre, obviando todo lo que se ha hecho hasta ese momento, como si ya no sirviera de nada. Es el mal de la obsolescencia en educación.
Seymour B. Sarason (2003), en su obra El predecible fracaso de la reforma educativa, nos hizo saber que muchas de las reformas fracasan por la incapacidad de los reformadores al enfrentarse tanto al deterioro de las escuelas como a la resistencia de estas al cambio. La cultura escolar es un factor primordial pocas veces tenido en cuenta. Es en esta dimensión donde se produce un complejo sistema de elementos interrelacionados que, si la planificación del cambio no lo contempla desde una perspectiva holística, disminuye las posibilidades para el éxito. Cuando se plantea una reforma se tiende a fijar el debate en torno a los problemas más llamativos. En esta reforma de Wert casi todo el debate ha girado sobre temas mediáticos y de fuerte contenido ideológico, alejados muchos de ellos del núcleo central de las necesidades de la educación en España. Ha primado, como enfoque principal, condescender con las demandas de las élites y los poderes fácticos que están detrás del PP (la Iglesia y la asignatura de religión, los grupos ultraderechistas y educación para la ciudadanía, sectores de la educación privada que aspiran a la subvención de modelos de enseñanza diferenciada o las patronales de la educación que ansían llevar hasta las últimas consecuencias el principio de libertad de elección de centro). Ante esto, de nada vale llenar el discurso con frases y palabras grandilocuentes, como decir que se quiere garantizar “que las futuras generaciones cuenten con una educación de calidad, pública, competitiva y universal”.La reforma de Wert cuenta con escaso apoyo, y así es difícil que un proyecto salga adelante. Wert incurre en el mismo error en que se cayó en reformas anteriores, el mismo en el que han caído las administraciones educativas a lo largo de la democracia: pensar que con solo una ley cambiarán las cosas en educación. Y se equivoca. Llevamos años soportando en educación una vorágine de leyes, reales decretos, decretos y órdenes, y no estoy tan seguro de que la educación haya cambiado tanto al ritmo de lo que han dictado esos contenidos normativos. Sencillamente porque muchos de ellos han estado demasiado alejados de las realidades que configuran las culturas escolares.
Esta reforma se está olvidando de los maestros y profesores, de su formación, de la organización y el funcionamiento de las escuelas, de las mejoras metodológicas en la enseñanza, de modelos de evaluación para la mejora y no para el control, de la creciente atención de la diversidad o del necesario prestigio social de la escuela. Cuestiones en las que radican muchas de las claves en la mejora de nuestro sistema educativo. Y sin embargo está apostando, entre otras, por un innecesario retroceso en materia de evaluación, con sucesivas pruebas de evaluación individualizada, o por una estructura curricular de marcado corte disciplinar, alejada de una nueva dimensión educativa más acorde con el mundo interactivo que nos rodea. Estrategias que no llevarán pareja una mejora en los aprendizajes de nuestros alumnos.
Hasta ahora, el discurso de la reforma no ha suscitado nada más que polémica (nota media y religión, reválidas, educación diferenciada, conflicto con las lenguas, becas…) y una innecesaria significación de la carga ideológica que de por sí acompaña a cualquier reforma educativa. Cuando se implemente, aportará fracaso.
Qué bueno hubiera sido (y sería todavía) que tantos esfuerzos y energías, ya dilapidados en defender unos y oponerse otros a esta reforma educativa, se hubieran canalizado en debatir en torno a un pacto por la educación.
Antonio Lara Ramos es inspector de Educación y autor del ensayo La educación que puedo ser. Reflexiones desde el pupitre.

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