domingo, 12 de junio de 2016

El clasismo en la universidad española (artículo de Fernando Ángel Moreno en el diario.es)


  • La regeneración de la universidad española debe comenzar por recuperar la humildad y solidaridad propia del modelo de humanismo al que esta institución dice servir.

Algunas veces he escuchado a compañeros de la Universidad Complutense de Madrid decir: "Aquí todos podrían saber que un catedrático ha abusado sexualmente de un alumno sin que nadie moviera un dedo contra él, mientras el alumno no lo denunciara en medio de una clase, con testigos".

La ligereza con que se expresa algo tan terrible, algo que vulnera tantas facetas de nuestra sociedad (violación, abuso de poder institucional, concepto de jerarquías, desprecio de la relación entre profesor y estudiante, etc.) solo se eclipsa bajo el silencio asertivo que suele acompañar esta reflexión. No aceptaré que sea así, que represente algo más que una mera expresión retórica. Pero sí me inquieta ese silencio que la acompaña, esa duda, ese pensamiento fugaz sobre un determinado personaje -alto en la jerarquía universitaria- que a los compañeros les viene inmediatamente a la cabeza.


¡Cuidado! No creo que la universidad sea el gueto feudal que era hace tiempo. Me comentaba una compañera que lleva muchos años de administrativa que antiguamente a los catedráticos les esperaba un bedel para recoger su maletín y su abrigo antes de entrar en el aula. Estamos ya muy lejos de todo eso. Entonces... ¿Por qué esta sentencia tan dura? ¿Por qué el título del artículo?

Porque sí existe un enorme clasismo en la universidad española (aunque lo suframos en menor medida que países como Alemania o Italia, donde muchos catedráticos caminan dos palmos por encima de los mortales). Es algo extraño cuando la figura laboral de tu contrato se debe a menudo antes a la suerte que a tener más méritos que otro compañero. Los tipos de plazas que se convocan en los departamentos dependen de muchos factores y un brillante experto puede sufrir un contrato de 600 euros al mes mientras un compañero con menos currículum "disfruta" de uno de 1.400 (hablo en términos económicos para entendernos mejor, dada la gran complejidad de los contratos universitarios). No obstante, es muy frecuente observar cómo el tipo que exigía respeto mientras ganaba 600 se lo niega a los compañeros que siguen en la misma situación tras subir él en la escala y mientras no mueve un dedo por el personal de administración y servicios. Clasismo.

¿Qué se puede esperar de una institución cuyos estatutos recomiendan decidir horarios en función del cargo y de la antigüedad en dicho cargo?

Hace poco en la Complutense se aprobó, por ejemplo, la promoción de más de cien profesores titulares a catedráticos (para entendernos: funcionarios con buenos salarios a funcionarios con mejores sueldos y más egocentrismo en la tarjeta de visita), mientras quedan profesores que literalmente lo pasan mal para comer. A menudo, cuando preguntas a uno de los beneficiados, la respuesta es: "He luchado mucho para llegar hasta aquí. Me lo he ganado. Me dan pena quienes no tienen para llegar a fin de mes, pero son luchas distintas. Ellos, la suya; yo, la mía". Sin embargo, todos saben que la promoción de uno implica inevitablemente el estancamiento del otro. Es decir, se trata de la típica respuesta por la que, de escucharla en una película sobre la alta burguesía del siglo XVIII, consideraríamos al hablante un clasista miserable.

Tenemos lo de siempre: una clase privilegiada que exige más privilegios a base de explotar a otras personas. En la universidad española (y aún más en la italiana y la alemana, donde los catedráticos están ungidos por los dioses) existe una enorme separación entre las diferentes categorías, con la correspondiente impunidad, y existe un esfuerzo para que siga siendo así. Otro ejemplo. Hace pocos años escuché a una compañera decir en la cafetería de profesores para coger mesa: "Sí, habéis llegado antes, pero ellos son catedráticos. No les tengas esperando". No estaba de broma, no.

La falta de solidaridad interna entre diferentes categorías es tan evidente como el corporativismo hacia quienes no son "sus iguales". Por ejemplo, un profesor asociado que falte repetidamente a clase corre peligro de que su contrato no sea renovado, así como uno que trate mal a los estudiantes curso tras curso. Sin embargo, yo he conocido a profesores de "mayor estatus" con quejas constantes de los estudiantes ante autoridades académicas que las resolvían con "Pues cállate, aprueba y te olvidas", o con una llamada al profesor para decirle: "Oye, últimamente estás cayendo mal a algunos. Te lo comento para que lo sepas".

Aclaro ante todo que este tipo de desprecios no son normales, sino más bien lo contrario, al menos donde yo trabajo. Tengo un par de compañeros indeseables, pero la inmensa mayoría en mi departamento son educados y cordiales como cualquier trabajador de cualquier empresa. El problema es la impunidad con que se mueve aquel profesor que decida tener esta actitud, que decida no impartir sus clases, que decida echarse en la poltrona. El problema surge cuando estas personas dirigen la universidad. El problema surge cuando son necesarias la solidaridad y la justicia.

¿Y qué hacemos?

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