jueves, 23 de junio de 2016

"Una tardía apelación educativa a la dicotomía de buenos y malos" (Manuel Menor Currás)

Nuestro Manuel Menor Currás compañero nos envía esta interesante reflexión:


Si no hubiera sido por lo acumulado desde la infancia, tal vez nos hubieran convencido. Ahora, esta clasificación, tardía para seducir el voto adulto, suena inmoral e incívica.

Cuando un político -o cualquiera-  divide el mundo entre buenos y malos, es evidente que se incluye a sí mismo del lado más agradable. Apela al subconsciente de sus oyentes, alimentado por películas del Oeste, Supermán y todos los héroes inventados para protegernos del mal siempre acechante. Hace aflorar, asimismo, el pensamiento religioso aprendido en la infancia con intensidad variable.  En contextos  de crisis, estas legitimaciones del orden establecido evitan dar cuenta de serios problemas de credibilidad y fomentan en la audiencia afanes censores y de caza de brujas que nada tienen que ver con  la Filosofía o la Teología moral, por más que haya jerarcas eclesiásticos que se apuntan a este bombardeo.

En el cálculo entra que los estudiosos más serios de estas materias son pocos y con poca incidencia en las encuestas de opinión. A estas alturas, éstas ya deben haber descontado toda consideración de si, al margen de todo rigorismo, lo que se vende como distinción moral coincide o no con criterios consistentes y obligatorios para todo el mundo. La corrupción y la miseria moral han abundado tanto, y  las formas de gobierno han estado tan trufadas en tantos ámbitos administrativos de triquiñuelas difícilmente conciliables con la justicia que debe presidir la gestión pública, que estas alegaciones al bien y al mal, evidentemente comparativas, no sólo resultan  endebles sino que resultan intromisiones en jardines extraños.

Es una lástima, en todo caso, que, en campaña electoral, la semántica se retuerza con mayor facilidad y entre directamente en lo fantástico, que no maravilloso. Vuelven los especialistas en disparates mendaces, aspiración a la que los asuntos educativos pueden resultar especialmente propicios. Tanto parece significar “educación” y tan amplios son los contenidos, aspiraciones, demandas  y frustraciones experienciales que acumula, que suele circular rodeada de un amplio espectro de casi todo y casi nada: ¿Quién no tiene algo que opinar, decir, aconsejar, plantear y exigir en este ámbito? ¿Quién se atreve a ser un poco ignorante o tener alguna duda sobre el particular?  La simplicidad que impone el marketing electoral hace que los candidatos, en vez de explicar inteligiblemente qué se proponen, hagan incompatible la complicidad de los oyentes y una mínima coherencia. Está pasando con “el ingles vehicular”  de que alardean algunos, sin interesarse por los desmanes en llamar la atención con tales ocurrencias. La técnica empleada para atraer el voto no difiere mucho de la de los vendedores de coches. Hay casos, sin embargo, en que si se le sigue un poco más la pista al hablante, la interpretación se complica por la reincidencia en el despropósito.

Es raro que en cada partido no haya algún portavoz ejemplar digno de ser estudiado con la analítica entomológica. Entre quienes ahora nos hablan de buenos y malos, destaca particularmente el propio Rajoy. Desde sus famosas interpretaciones sociales en El Faro de Vigo, al calor de aquel crepúsculo de las ideologías de que se embargó en 1983 y 84, ha configurado un abundante florilegio, muy apto para interpretar sin error su prodigiosa dicotomía última de buenos y malos. Se disputa ya acerca de si el gran Diccionario Biográfico Español de la RAH no debiera incluir un apéndice documental a la entrada correspondiente. Otros famosos de su partido, como Fátima Báñez, Esperanza Aguirre y otros muchos, seguramente competirían en originalidad. Pero ahí debiera estar como bastión irreductible Rafael Hernando.  El pasado 19 de junio, ha echado mano de todos los tópicos  del pasado antiguo y reciente de su partido para adoctrinarnos en lo que debemos saber: la “libertad de la educación”, los “dramáticos resultados” de las políticas de sus opositores, “el adoctrinamiento” que estos llevaron siempre por delante de “la calidad” y cómo esto se paga. Como resultado, ahí llevaba este prohombre los “índices de desempleo juvenil superiores al cincuenta por ciento”.  Una dialéctica a la que se le hacían ininteligibles las protestas y los “recursos de inconstitucionalidad como recurso al pataleo”, cuando con las políticas que habían ejecutado sólo habían cambiado las cosas  para mejor. Y ahí están, tan buenos como son,, dispuestos a “debatir y discutir”, porque “esa ha sido siempre la política del partido”. Al lado de Hernando, y en labores similares “de comunicación”, apunta maneras no mucho más finas otro ungido para hacer proselitismo, Pablo Casado: no se le mueve un músculo de la cara cuando muestra sus gráficas como si de un jueguecillo se tratara.  Si siguen ahí unos días más, la nómina de candidatos a cubrirse de gloria seguirá creciendo exponencialmente: entre otros, el crédulo encargado de vigilar la ley mordaza, Fernández Díaz. O la nada sutil Cifuentes, atenta a la paja en ojo ajeno, o a las manos de Sánchez.

Si nos consideraran como ciudadanos conscientes y responsables antes de entrar en taxonomías expeditivas de buenos o malos, no nos obligarían a fantasear tanto.  Se les nubla y nos nublan el buen entendimiento con tales categorías.  La realidad, y la realidad política en particular, tiene siempre demasiados agujeros para el surrealismo, como demuestran no sólo todas estas gesticulaciones, sino también las que, quieran o no, hemos acumulado indefectiblemente desde que nos era obligado el NO-DO, aquel des-informativo que, sumado al “parte”, nos sumió para siempre en la duda sistémica. Por eso dimos en seguir un criterio alternativo, de menor consistencia metafísica pero de incuestionable peso físico, consistente en dejarse guiar por el materialismo. Seguirle la pista al dinero faculta para dejarse de elucubraciones que le enturbien a uno la mente antes de ejercer el derecho de voto. Qué se haya hecho de él, y qué se piense hacer en adelante, habla mejor que nada de la bondad y la maldad, de la hipocresía y de no pocos desatinos.

 En la Web de Fe-CCOO-Enseñanza, acaban de colgar los  tablas y datos relativos a cómo se ha distribuido la financiación educativa y cómo ha evolucionado la inversión  desde 2009 hasta 2013.  Hete aquí que, según las cuentas oficiales, descendió 11.000 millones de euros, es decir, alrededor del 25% o, lo que es lo mismo, un euro de cada cuatro de los que había en la fecha inicial dejó de invertirse. ¿Explicable por la crisis? ¿Por la bondad de la gestión? Para verlo más claro, este Informe da cuenta de las proporciones con los países de nuestra área cultural y económica, o las diferencias de unas a otras comunidades. Pero permite ver, adicionalmente –y sin que nos metamos con los dineros de fraudes y chapuzas tras los que anda la policía y los tribunales-, los modos de ejecutarse estos presupuestos, con fuertes desigualdades adicionales en cuanto a la utilización de los presupuestos públicos para subvencionar a la enseñanza privada y ayudar a privatizar servicios o la universidad, en detrimento de la pública y del profesorado encargado de educar.  Estas cifras hablan con tanta frecuencia de desigualdad en el trato a los ciudadanos, que la bondad y la maldad de unos u otros se traduce en cuantificable categoría social diferenciada si no opuesta. A muchos lectores, esto no les resulta nuevo. Muchos son los artículos periódicos en esta columna que han tratado de contarlo, junto a muchísimos  otros en múltiples webs, especialmente intensos desde que se anunció la LOMCE. Un buen resumen de Ana I. Bernal lo resume: Cuatro años después del Gobierno del PP. Educación: más cara, menos becas y profesores bajo presión.

Tres cuartas partes de quienes tienen derecho a voto debieran tomar nota de esta instituida manera “bondadosa” de repartir  lo de todos y de cómo está afectando a sus hijos. Lo cierto es que, con estos criterios legislativos y ejecutivos, han estado reivindicando como centro organizador de la convivencia democrática la excelencia aristocrática de uno de cada tres españoles. Una preeminencia que ni siquiera es justificable por la cita de Mateo: “A todo el que tenga se le dará y le sobrará, pero al que no tenga, aun lo que tiene se le quitará…”(Math. 25,29): el poder y la pobreza no se compadecen bien en esa documentación evangélica.

Otra confirmación de ese criterio discriminatorio de bondades o maldades puede verse en las líneas de pensamiento y acción, de atención –o desatención- que Isabel Pérez ha denunciado con lo que llama “la infancia invisible”. Por lo que cuenta, bien distintas son las recomendaciones de los organismos intenacionales, y de buena parte de nuestra legislación, con lo que detecta el propio observatorio de la infancia del Ministerio de Sanidad, Seguridad Social e Igualdad en el sentido de que, en la atención a menores tutelados por el Estado, más de un tercio se encuentren en acogimiento residencial, medida que los expertos –y la propia ley de 28 de julio de 1815- considera que debe ser subsidiaria, en detrimento de la más recomendable  alternativa de acogimiento familiar.  En doce años, no se ha hecho nada por mejorar la situación de esta infancia invisible y, al parecer, “la única explicación posible es que constituye un nicho de negocio nada despreciable para las entidades colaboradoras. Según datos de 2013, el 62,5% pertenecen a entidades privadas. La desigualdad a que se ven sometidos, en el trato psicológico y en su situación educativa no deja de tener connotaciones con el mercantilismo burdo que nos hizo percibir el Oliver Twist de Charles Dickens (1837).


El bien y el mal conforman el fondo cultural sobre el que se ha construido buena parte de nuestra educación sentimental, política y toda la buena educación en el distingo de buenos y malos, las cuatro esquinitas tiene mi cama, el ángel de la guarda y los reyes magos.. A golpe de vara, nos inculcaron en la escuela de entonces, por ejemplo, que hablar gallego podía ser objeto de multa o castigo si te pillaban. Esa condicional ponía en solfa todo lo demás. Más o menos lo mismo que cuando la guardia civil pillan a uno pisando línea continua. Es el condicional del “depende”, por el que los criterios morales no parecen tener correspondencia política para muchos: si se es taimado y calculador, se puede ser  patriota muy honorable y hasta que le hayan votado a uno  puede ser un eximente. Pero el viejo refrán latino es expeditivo: corruptio optimi pessima. Puede que sea tarde para Fernández Díaz y el propio Rajoy. Debieran haberlo sabido hace bastante tiempo, en vez de jugar  con los ciudadanos como si fueran párvulos..

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