domingo, 8 de abril de 2018

Papeles de apariencia (Manuel Menor)

Manuel Menor nos envía su último artículo:

¿Los papeles universitarios son lo que aparentan?

Dado la dificultad para dilucidar autenticidades, más difícil será averiguar  sus calidades o el mérito que pueda representar ostentar la mayoría.

Qué vaya a dar de sí en el plano político la casuística enrevesada de un certificado de la URJC está por ver en las próximas horas. Después de medio mes en “el candelabro”, puede suceder cualquier cosa según los oportunismos de los candidatos al sillón presidencial de la Comunidad de Madrid. Daños hay, de todos modos, que serán difíciles de subsanar en este territorio de las titulaciones universitarias, amén de agravios comparativos y suspicacias respecto a qué sean esos intangibles tan preciados como “La calidad”, “la igualdad de mérito” y, de paso, “la mejora del sistema educativo”. Confirmado parece, eso sí, el alto valor que tiene la lingüística para determinar el verdadero significado de las palabras, si es que les queda alguno después de lo que día a día se ha ido estableciendo entre Cataluña y el resto de España.

De antiguo fueron dudosos los certificados de virginidad –como atestigua Fernando de Rojas en 1499 cuando escribe La Celestina-, las demostraciones e cristiano viejo que exigía la Inquisición y, cómo no, las certificaciones de bachilleres que sabían más de tabernas y juerga que de lo que sus dómines enseñaban en el aula. Y por completar el baremo de la hipocresía social, tampoco puede decirse que muchos clérigos –si hacemos caso a lo que prescriben las Sinodales de muchos concilios provinciales- fuesen personas de virtud acrisolada, o que quienes pasaban por hidalgos prestigiados, no fueran sino pobres menesterosos: hasta las ventas de títulos nobiliarios fueron moneda corriente. Por algo nuestra mejor invención literaria, la del pícaro, tuvo abundante humus nutriente.

Sucede que habíamos creído que, con la Constitución de 1978 en marcha, todo sería puro, limpio, transparente y leal. Como si por arte de birlibirloque se volviera todo a su más prístina limpieza original entre iguales. Pero también acontece que hay tiempos largos en el devenir humano, con características que se traspasan de generación en generación sin apenas cambio alguno, lo que, por supuesto, es observable en bacterias incrustadas en el existir de universidades e instituciones de supuesto saber, especializadas en que lo que dé tono a sus departamentos o institutos asociados sea exclusivamente transmitir sensaciones de poder,  dominio y capacidad de manipular sin que en nada avance el conocimiento sino todo lo contrario, pese a tanto máster y postgrado como certifican.

Las miríadas de titulaciones

Alguien, en no muy remoto tiempo, reclamaba su ansiedad por asistir al Juicio Final pronto, porque quería observar el desespero de muchos hijos por conocer al fin quién era su padre, y la tendencia de cada euro por regresar al bolsillo de su verdadero dueño. Imagínense que cada español quisiera saber cuántos de los títulos que exhiben supuestos profesionales de la política y otros trabajos obedecen a verdad y, sobre todo, si les han valido para aumentar su conocimiento. Imagínense, además, que cada universidad tuviera que certificar que sus alumnos han captado las competencias que, según muestran sus titulaciones, se supone que procuran las que imparten. Y supongan que, para concluir este circuito, tuvieran que dejar sus puestos cuantos profesores de gran capacidad de mandarinato y demás rutinas de influencia de su jerarquía docente si fueran responsables de la transmisión de la nada. ¿Con cuántas personas de bien se quedaría el sistema educativo español? ¿A quién aprovechan las miríadas de titulaciones de postgrado que, en apenas nueve años se han generado? Esta difícil evaluación no la tendremos, como tampoco la de los múltiples zancadillas existentes en las Alma mater para que los repartos de poder no se alteren en modo alguno.

Pues aquí estamos, viendo tan ricamente qué pasa. Cuando se derrita este azucarillo noticioso del máster de la URJC, volverán a masajearnos con otros papeles. Por ejemplo, los del pacto educativo. Y, mientras sostienen la LOMCE, tratarán de convencernos de que lo más conveniente es mantener un sistema anclado en los albores del siglo XIX –antes de que en las Cortes de Cádiz se tratara de que fuera algo modernizador y de derecho público-, o si queremos que nuestra educación tenga –después de más de 200 años- los rasgos que corresponden a la modernidad de una sociedad del siglo XXI. Repasen, también, los papeles de presupuestos del Estado (PGE) de este año y verán, en un anexo, los 1.400 millones en desgravaciones a familias que no lo necesitan y  por asuntos tan interesantes como los uniformes de sus colegios privados.  Es casi un tercio de lo que se va a invertir: ¿presupuestos sociales?


Manuel Menor
Madrid, 15.04.2018

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